Aquella mañana llegó temprano a su trabajo, se había levantado con mucha energía y presentía que aquel iba a ser un gran día. Por la mañana después de la ducha, se vistió de una forma especial, no era un día cualquiera así que decidió ponerse un vestuario que resaltara sus mejores cualidades.
Buscó en el armario la camisa de seda de color lila claro, que iluminaba sus preciosos ojos verdes. Después sacó su mejor corbata, y aquellos pantalones blancos de satén que le sentaban tan bien que parecían una segunda piel. Sacó brillo a sus zapatos, tomó el desayuno y se fue a trabajar.
Se preparó su ordenador portátil y lo colocó como siempre encima de su mesa dispuesto a comenzar su trabajo, estaba completamente solo en aquella oficina tan grande.
De repente oyó el tintineo de unas llaves y el sonido de unos finos tacones que sonaban como una dulce melodía.
Se abrió la puerta de la oficina y allí estaba ella. Iba simplemente espectacular, llevaba puesto un vestido de raso negro completamente pegado a su cuerpo, el escote en forma palabra de honor, el largo de la falda le llegaba justo encima de las rodillas y por la parte de detrás un corte en el centro del vestido que parecía que iba a enseñar algo más que sus delgadas piernas. Aquel vestido le marcaba todas las perfectas y sensuales curvas de aquel cuerpo tan delgado y a la vez tan perfecto. Calzaba unos zapatos de charol negro con un fino y gran tacón que todavía le hacían las piernas más largas. Su melena larga y ondulada recogida en una coleta que dejaba al descubierto esos ojos negros y profundos y unos labios carnosos perfectamente maquillados.
Cuando ella entró en aquella habitación tan grande, a él le pareció demasiado pequeña ya que desde cualquier recóndito rincón sus ojos solo la veían a ella. Había algo que no lograba entender, sabía que no era el tipo de mujer que anhelaba para su futuro, habían cosas en ella que no le gustaban o simplemente detestaba, pero aún así deseaba con toda su alma acariciar aquella piel que desprendía un olor que le hacía sentir hechizado, besar sus carnosos labios, despojarla de todo lo que llevaba puesto, hacerla suya una y otra vez de una manera especial como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Sentía que así ocurriría, que sin recobrar tan siquiera el aliento juntos y con sus cuerpos desnudos en una cama ambos harían el amor una y otra vez con la sensación de que sería la única vez que estarían juntos, como si el mundo fuese a acabar al día siguiente.
Los minutos pasaban y seguían solos en aquella habitación, cruzándose miradas que intentaban ocultar los deseos de pasión y desenfreno que sentían ambos....
Continuará....
Hanna
Buscó en el armario la camisa de seda de color lila claro, que iluminaba sus preciosos ojos verdes. Después sacó su mejor corbata, y aquellos pantalones blancos de satén que le sentaban tan bien que parecían una segunda piel. Sacó brillo a sus zapatos, tomó el desayuno y se fue a trabajar.
Se preparó su ordenador portátil y lo colocó como siempre encima de su mesa dispuesto a comenzar su trabajo, estaba completamente solo en aquella oficina tan grande.
De repente oyó el tintineo de unas llaves y el sonido de unos finos tacones que sonaban como una dulce melodía.
Se abrió la puerta de la oficina y allí estaba ella. Iba simplemente espectacular, llevaba puesto un vestido de raso negro completamente pegado a su cuerpo, el escote en forma palabra de honor, el largo de la falda le llegaba justo encima de las rodillas y por la parte de detrás un corte en el centro del vestido que parecía que iba a enseñar algo más que sus delgadas piernas. Aquel vestido le marcaba todas las perfectas y sensuales curvas de aquel cuerpo tan delgado y a la vez tan perfecto. Calzaba unos zapatos de charol negro con un fino y gran tacón que todavía le hacían las piernas más largas. Su melena larga y ondulada recogida en una coleta que dejaba al descubierto esos ojos negros y profundos y unos labios carnosos perfectamente maquillados.
Cuando ella entró en aquella habitación tan grande, a él le pareció demasiado pequeña ya que desde cualquier recóndito rincón sus ojos solo la veían a ella. Había algo que no lograba entender, sabía que no era el tipo de mujer que anhelaba para su futuro, habían cosas en ella que no le gustaban o simplemente detestaba, pero aún así deseaba con toda su alma acariciar aquella piel que desprendía un olor que le hacía sentir hechizado, besar sus carnosos labios, despojarla de todo lo que llevaba puesto, hacerla suya una y otra vez de una manera especial como nunca lo había hecho con ninguna otra mujer. Sentía que así ocurriría, que sin recobrar tan siquiera el aliento juntos y con sus cuerpos desnudos en una cama ambos harían el amor una y otra vez con la sensación de que sería la única vez que estarían juntos, como si el mundo fuese a acabar al día siguiente.
Los minutos pasaban y seguían solos en aquella habitación, cruzándose miradas que intentaban ocultar los deseos de pasión y desenfreno que sentían ambos....
Continuará....
Hanna
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