martes, 5 de agosto de 2014

El Hada




¿Quién no desea un hada en su casa?, Yo quiero un hada en mi casa. Que mire por la ventana y vea las sábanas tendidas. Ver la ropa tendida hace entender que esa casa tiene vida. Hay vidas y vidas, pero si lavan la ropa y la tienden al mismo tiempo que se esta secando está renovando el aire con perfumes y aromas a limpio.

-¿Quieres ser mi hada?- Dijo él. 
- Lo tengo que pensar- Dijo ella.

Él quedó ligeramente confundido por la respuesta, no entendía que era aquello que tenía que pensar. A veces esperamos un simple "si o no" y no esperamos un "quizás". Un "quizás" confunde a cualquiera. 

Ella pensaba en ofrecerle la mejor respuesta. Mientras tanto ella bailaba, sonreía, agitaba las alas, daba vueltas sobre si misma, se escondía en libros...

Él la observaba con delicadeza, con grandes ojos azules que traspasaban cualquier ventanal. A ella le gustaba mucho que la mirase y la desnudase con la mirada. Lejos de arrancarle la ropa, lo que conseguía era arrancarle una sonrisa y las palabras.

Aquella hada era realmente especial. La había encontrado muerta de frío y sin esperanzas de que sobreviviera. Le dio cobijo en la habitación, y la cuidó con esmero para que se recuperara rápidamente.

El hada había estado expuesta a temperaturas extremadamente frías. No hablo del invierno más cruel en una calle. Hablo de la frialdad del corazón. Ahí es donde sufren las hadas. Las alas se deterioran, se secan. Si el corazón de un hada se queda frío, no se bombea la sangre a sus extremidades.

Ella se recuperó de aquel invierno frío, pero nada se pudo hacer para salvar sus alas. 
Él se conformaba con besar a su hada y tenerla entre sus manos. 

Ella arrancó sus alas, sonrió y se marchó.
"Marcharse es difícil, hasta que te marchas. Entonces es la cosa más jodidamente fácil del mundo. Paper Towns"

Hanna

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